El proyecto está respaldado y patrocinado por la Consejería de Cultura y Turismo de la Región de Murcia, el Ayuntamiento de Totana,
la Universidad Autónoma de Barcelona y los ministerios de Industria, Turismo y Comercio y de Ciencia e Innovación.
El objetivo de la arqueología es conocer cómo funcionan y cómo cambian las sociedades humanas en cualquier tiempo y lugar,
partiendo de los restos arqueológicos de los que se dispone, así como, de los materiales que las sociedades han ido
transformando y desechando a lo largo del tiempo.
La riqueza y diversidad de La Bastida han atraído poderosamente la atención de la investigación arqueológica desde hace
más de un siglo. A finales de 2008 se inició el Proyecto La Bastida dirigido por Vicente Lull, Rafael Micó, Cristina Rihuete y
Roberto Risch, de la Universidad Autónoma de Barcelona, constando de dos objetivos principales, el de realizar una
investigación arqueológica sistemática sobre los hallazgos pasados y futuros en La Bastida y la creación de un centro
de investigación sobre prehistoria mediterránea, al mismo tiempo que la instalación de un museo (éste se situará al pie
del yacimiento, en un edificio construido en 2007 por el Ayuntamiento de Totana, donde hoy se desarrollan las tareas
de laboratorio y preparación de la investigación). Actualmente participan en el proyecto varias universidades
europeas y americanas, unos treinta profesionales de las más diversas ramas de la ciencia y de la técnica, así como
una veintena de trabajadores, dedicados principalmente a las tareas de excavación y a la consolidación de estructuras inmuebles.
Las excavaciones han puesto al descubierto varias viviendas de grandes dimensiones construidas con muros rectilíneos de hasta
1 m de espesor que, en algunos puntos, contaban con postes de madera a modo de refuerzo. Las piedras más utilizadas fueron
calcáreas, pizarras y conglomerados, por lo general de tamaño mediano y pequeño. En las paredes, éstas se revocaban
con una capa de barro, seguramente para garantizar su impermeabilidad. Los techos estaban fabricados con barro y
entramados vegetales y se sustentaban sobre postes de madera, mientras que los pisos eran de simple tierra batida o bien
de barro endurecido. Las viviendas presentan una planta alargada de entre 50 y 60 m2 de superficie, apenas poseen tabiques
internos y disponen de bancos o repisas de piedra y hogares u hornos. Están separadas unas de otras por callejones de apenas
1 m de anchura. Al noroeste de estas viviendas se ha hallado lo que parece ser una cisterna de grandes dimensiones,
que sufrió diversas remodelaciones internas a lo largo de su uso.
Bajo dichas viviendas se encuentran restos más antiguos y menos extensos, de distintas cabañas construidas a base de muretes de barro,
postes y cañizos. Se baraja la posibilidad de que sean las viviendas de la primera comunidad que habitó el lugar, tal vez hace
algo más de 4000 años. En medio de este poblado se levantó un gran edificio rectangular de potentes muros de piedra y
con una planta inferior parcialmente enterrada en el subsuelo que disponía de bancos corridos y estructuras de almacenaje.
Semejante construcción indica que desde fechas tempranas La Bastida contaba con una organización social compleja,
capaz de introducir un tipo de arquitectura monumental completamente
desconocida en la península Ibérica por aquel entonces.
Directamente sobre el suelo o entre los derrumbes de los edificios, se han encontrado un gran número de objetos.
Los más numerosos corresponden a fragmentos de recipientes cerámicos utilizados en labores de almacenamiento y cocina, y
en el consumo de alimentos y bebidas. Llaman mucho la atención las grandes orzas donde se guardaban cereales, ya que
pueden llegar a medir 90 cm de altura y unos 60 cm de ancho y las célebres copas argáricas, con su cuidado acabado
y a veces brillo metálico, bastante frecuentes en La Bastida. Son, así mismo frecuentes los útiles de piedra, como molinos
de mano, morteros, martillos o afiladores. Con estos se preparaba la comida y se fabricaban o arreglaban las distintas herramientas.
Acostumbran a estar fabricados con rocas presentes en el entorno inmediato de La Bastida. Las menos frecuentes rocas
volcánicas (a 10 ó 30 Km. de distancia), se empleaban casi siempre como útiles de molienda. También llegaron de lejos las rocas
ígneas de gran dureza muy adecuadas para labores de percusión. En cambio, para la siega de los cereales se emplearon hojas
fabricadas en dos variedades de sílex, de grano grueso y de grano fino, probablemente de procedencia local. Los punzones de
hueso y las pesas de telar de arcilla formaron parte de la tecnología textil.
aunque, como en el caso de los restos de plantas comestibles, todavía se han de esperar los resultados de los análisis
en curso para determinar la composición de los rebaños y las modalidades de cultivo practicadas.
Bajo los suelos de las viviendas se han localizado hasta el momento una treintena larga de sepulturas. Buen número de
ellas corresponden a criaturas de menos de cinco años inhumadas en pequeñas urnas de cerámica y con ofrendas modestas.
La mortalidad infantil a finales de la época argárica era muy elevada, debido al efecto de las enfermedades infecciosas
combinado o acrecentado por una alimentación deficiente en amplias capas de la población. Otras tumbas acogieron a dos
individuos en combinaciones variadas: hombre y mujer, hombre y criatura y, en lo que constituyó una excepción
entre la sociedad argárica, dos hombres. Apenas se cuenta con individuos ancianos.
De los objetos recuperados, como ajuar funerario, figuran hachas, puñales, punzones y brazaletes y pendientes de
cobre y plata; copas, ollas y cuencos de cerámica, y collares de cuentas de hueso y piedra.
Entre la población adulta, el tipo de tumba más frecuente fue en urna, algunas de grandes dimensiones. Gracias a la excavación cuidadosa
de estos contextos, se han podido reconstruir los pasos que seguía la preparación de una de estas sepulturas. Primero se practicaba
una gran fosa en el suelo de la vivienda, por lo general al pie o cerca de alguna de las paredes. Después, se depositaba la
urna en posición horizontal, apoyada sobre uno de sus lados. El recipiente era calzado cuidadosamente con piedras pequeñas para
que ajustase bien en el interior de la fosa. A continuación, se depositaba el cadáver con las eventuales ofrendas y, acto seguido,
la boca de la urna era tapada con una gran losa de piedra, a menudo de yeso, que también era ajustada cuidadosamente.
Por delante de la boca de la urna se acondicionaba un espacio empedrado, que garantizaba disponer de base y espacio por
si tiempo después la urna recibía un segundo cadáver. Finalmente, se rellenaban con tierra y piedras los espacios vacíos y se volvía a acondicionar el piso de la vivienda.
Es muy posible que en el lugar se dejase algún tipo de señal que recordase la ubicación de la tumba.